Molestia perfecta Susana Torres

Pero las cosas cambiaron, y cambiaron para bien. Compré un gato para no morirme del asco, progresé en mi carrera y, finalmente, me mudé a una bonita casa con jardín. El sueño americano comenzaba a hacerse realidad ahora que mi casa ya no olía a “Wan Tun” frito.
Sólo había un pequeño problema. Marcos. Yo no sé en que momento se les ocurrió a los de inmobiliaria que un hombre como Marcos pudiese comprar la casa de al lado y convertirse en mi vecino. En serio, era una pésima idea. Era guapo, encantador, tenía unos abdominales con los que perfectamente podía rallar queso, y para colmo trabajaba como arquitecto y había nacido en Valencia, España.
Tierra, trágame. ¿Para qué quiero un jardín si cuando salgo lo tengo que ver tomando el sol? El olor a comida china no era tan malo en comparación. ¿Sabéis lo peor? Acaba de invitarme a cenar a su casa. ¿El pretexto? Ambos somos españoles y somos vecinos por la casualidad, eso merece al menos que “nos conozcamos”.
Yo no sé dónde meterme.
Comentarios
Publicar un comentario